Hace unas semanas, el gobierno cubano anunció un grupo de transformaciones monetarias para enfrentar la compleja situación financiera y de balanza de pagos que está abrumando la economía. No están relacionados con la reforma monetaria que se ha anunciado durante años. No tienen como objetivo unificar el sistema monetario, sino que producen nuevas fragmentaciones.
No apuntan a una solución definitiva y a largo plazo para el sistema complejo y distorsionador de múltiples tipos de intercambios y dualidad monetaria. Son medidas para enfrentar la crisis actual y buscar un alivio rápido de los crecientes desequilibrios financieros que se han ido acumulando desde 2015 a raíz de la crisis venezolana y el congelamiento de las reformas estructurales prometidas, una situación que desde finales de 2017 ha empeorado con la intensificación de las sanciones económicas de la administración estadounidense actual.
La motivación no es estructurar un sistema monetario que contribuya efectivamente a la estrategia a largo plazo del país y al desarrollo de todo el sistema productivo. Nuevamente, son medidas que se toman en el calor de una emergencia y buscan un resultado inmediato, sin mucho tiempo para pensar en las implicaciones futuras. De hecho, la reforma monetaria que hasta hace poco se presentó públicamente en la agenda oficial fue la unificación monetaria.
Las decisiones recientes se están moviendo en la dirección opuesta, llevando a la economía a operar no con dos, sino con tres monedas: el peso cubano, CUC y USD (o su equivalente en otras monedas extranjeras). No restauran el peso cubano como el único signo monetario, tal como figura en varios documentos oficiales, sino que re-dolarizan parcialmente la economía.
Las medidas persiguen un objetivo muy preciso. Para evitar que las familias y el sector privado continúen importando productos a través de rutas informales, especialmente a través de personas que viajan a Panamá y otros destinos, compren en estos mercados y regresen a Cuba con mercancías. El objetivo es evitar la fuga de monedas extranjeras y que se gasten en el territorio nacional.
Para esto, se están organizando mercados de consumo que funcionarán en dólares y operarán con tarjetas bancarias, y que estarán mejor abastecidos que los mercados actuales en CUC. Para comprar, las personas deben tener una cuenta bancaria en dólares (o en otras monedas extranjeras) en uno de los bancos estatales.
Las empresas estatales que venden en estos mercados podrán utilizar las monedas extranjeras para importar directamente sus insumos sin la necesidad de aprobación del plan central y sin tener que lidiar con la falta de convertibilidad de las monedas locales. También se establecen mecanismos para que las familias y el sector privado puedan importar a través de empresas estatales.
Es previsible que se vean efectos positivos a corto plazo. Las nuevas medidas fortalecerán la liquidez de los bancos en monedas extranjeras, las familias tendrán más opciones para comprar en los mercados formales y el sector privado tendrá un acceso más directo a ciertos insumos a menores costos. También favorece que ciertas industrias estatales puedan recibir financiamiento, sustituir importaciones y actuar con mayor autonomía del plan central. Por supuesto, todo esto dentro de la limitada eficiencia y competitividad con que opera el monopolio estatal en el comercio exterior y la industria, que se conserva.
La economía cubana ya estaba dolarizada en la década de 1990 y principios de la década de 2000. En 2004, sin eliminar la dualidad monetaria y cambiaria, el Banco Central des dolarizó la economía al reemplazar los dólares en circulación con el peso convertible cubano (CUC). El CUC permitió recuperar la autonomía de la política monetaria y fue visto como una transición hacia una futura unificación monetaria.
Dentro del Banco Central y desde la academia advertimos que la desdolarización implicaba desafíos, que era necesario manejar la emisión del CUC con algún tipo de regulación transparente y verificable. Sin embargo, desde 2004 se abandonó el cuadro de conversión que apoyaba al CUC (dado que el CUC ya no tenía un respaldo del cien por ciento en las reservas en dólares), nunca supimos cuántos CUC se emitían cada año, la Asamblea Nacional siguió aprobando el presupuesto estatal y déficit fiscal en pesos cubanos sin saber qué pasó con el presupuesto en CUC. Y la política económica nunca definió una regulación para una gestión prudente de las reservas internacionales.
Tampoco ayudó la política cambiaria. En los últimos quince años, la economía estuvo sujeta a múltiples conmociones económicas y financieras, pero el tipo de cambio CUC permaneció inamovible (se aplicó una sola corrección para volver a la paridad con el USD y revertir la apreciación del 8% decretada en 2004).
Tener que volver a los mecanismos monetarios y financieros de la década de 1990 es un reconocimiento de facto del fracaso de la desdolarización. Una vez más, tener que recurrir a las monedas extranjeras para que los mercados internos funcionen confirma que las políticas e instituciones que guiaron el funcionamiento del CUC desde 2004 han fallado.
La emisión desproporcionada de CUC, la subordinación de la política monetaria a las fluctuaciones y excesos del gasto público, y la falta de transparencia, socavaron gradualmente la convertibilidad y credibilidad del CUC. Las cadenas minoristas, las industrias estatales e incluso las empresas extranjeras terminaron inundadas de CUC con los que pueden hacer poco en los mercados nacionales y casi nada para llevar a cabo operaciones de importación, pagos de deuda externa y repatriación de ganancias.
La redolarización es una medida que se alivia a corto plazo, pero hace que las instituciones que definen las políticas económicas se vean muy mal. Si no pudieran manejar adecuadamente al CUC, qué garantías existen para un escenario futuro en el que solo circula el peso cubano.
Autorizar transacciones de divisas en algunos mercados de consumo y en algunas industrias es abrir la caja de Pandora a una redolarización acelerada del resto de la economía. Otras empresas estatales también solicitarán participación en los nuevos mercados dolarizados, los inversores extranjeros exigirán poder operar en monedas extranjeras dentro del mercado cubano y los trabajadores exigirán salarios o incentivos en dólares. El sector privado y agrícola ahora también tiene mayores incentivos para establecer precios y cobrar en dólares.
Algunos en las esferas del gobierno podrían estar inclinados a abandonar definitivamente el peso cubano y el CUC y dolarizar toda la economía. Sería un tema para discutir. Sería necesario considerar las experiencias recientes de economías que no lo han hecho tan bien sin su propia moneda (Grecia o Ecuador), y países como Colombia que han logrado usar su política monetaria y la depreciación del tipo de cambio para amortiguar una caída en exportaciones (debido al colapso de los precios del petróleo) mayores que las de Cuba debido a la crisis venezolana.
También sería necesario tener en cuenta economías como Argentina y Venezuela, que con su propia moneda tampoco han podido corregir sus desequilibrios macroeconómicos y estabilizar el crecimiento del PIB. Creo que el debate nos llevaría muy cerca de llegar a la conclusión de que lo más importante son las instituciones, las políticas y las condiciones estructurales que definen el curso de las monedas, precisamente lo que falló con el CUC y que seguirá faltando si las reformas siguen congeladas. .
El gobierno no ha dicho qué sucederá con el proyecto para eliminar la dualidad monetaria. Pero parece obvio que por ahora la unificación monetaria está fuera de la imagen. Sin embargo, el ajuste del tipo de cambio oficial del peso cubano en el sector empresarial estatal sigue siendo necesario.
La economía sigue exigiendo una corrección del tipo de cambio que aclara los saldos financieros y los precios relativos de las empresas. La corrección del tipo de cambio del peso cubano no puede abandonarse después de que se haya decretado un aumento significativo de los salarios en el sector estatal.
Con un tipo de cambio más realista, se podría otorgar cierto grado de convertibilidad al peso cubano y alentar a las empresas estatales a vender en pesos y mitigar el impacto inflacionario de la mejora salarial. De hecho, la devaluación del tipo de cambio oficial del peso cubano podría ser una forma de reducir los incentivos de dolarización de más industrias y mercados. La anunciada re dolarización cancela la unificación monetaria, pero no la unificación cambiaria.
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