La Reserva Federal (Fed) dio esta semana un giro con su primera reducción de tipos de interés en diez años para reactivar el crecimiento, en una señal de reconocimiento de la debilidad global, la guerra comercial con China y bajo la presión del presidente estadounidense, Donald Trump. Desde la crisis financiera de 2008, los bancos centrales se han convertido en insospechados protagonistas de la actualidad.
La Fed confirmó con su recorte de un cuarto de punto, hasta entre el 2 % y el 2,25 %, que es el banco central global y, lo que es más relevante, que va actuar en consecuencia. «Dado el significativo papel del dólar en los mercados financieros, la política de la Fed reverbera a lo largo de la economía mundial. Al mismo tiempo, sin embargo, la economía global también constriñe a la Fed», explicó a Efe Tim Duy, profesor de Economía de la Universidad de Oregón.
«Los tipos de interés no pueden diferir demasiado de los de nuestros mayores socios comerciales, por ejemplo, sin poner demasiado presión al alza sobre el dólar», subrayó Duy. Unos tipos más altos implican, normalmente, una mayor fortaleza de la moneda.
Mientras que la Fed había iniciado hace unos años un progresivo y gradual alza del precio del dinero, otros grandes bancos centrales como el europeo (BCE) o el de Japón se encuentran todavía inmersos en un agresivo estímulo monetario con el precio del dinero a cero o incluso en tipos negativos, lo que presiona a la baja sus monedas. El recorte en EEUU suscitó, por ello, en un primer momento optimismo de los mercados.
Sin embargo, apenas un día después, Trump volvía a echar gasolina a la hoguera comercial al anunciar aranceles del 10 % a importaciones chinas por valor de 300.000 millones de dólares a partir del 1 de septiembre. De concretarse, la totalidad de las importaciones chinas a EEUU estarían sujetas a gravámenes, ya que los restantes 250.000 están ya sujetos a aranceles del 25 %.
Trump reitera este sábado sus dardos contra Pekín y la Fed
Esta mañana, desde su campo de golf de Bedminster, Nueva Jersey, donde pasa el fin de semana, Trump reiteraba sus dardos envenenados contra Pekín y la Fed. «Las cosas van muy bien con China. Están pagándonos decenas de miles de millones de dólares, algo posible gracias sus devaluaciones monetarias e inyectando enormes cantidades de efectivo para mantener su sistema en marcha», afirmó. «Por ahora – añadió – los consumidores no están pagando nada, y no hay inflación. ¡Sin ninguna ayuda de la Fed!».
El miércoles, Jerome Powell, presidente del banco central, remarcó que el objetivo del recorte era que fuese un «seguro contra los riesgos de un crecimiento global débil y la incertidumbre en las políticas comerciales, ayudar a compensar los efectos que estos factores están teniendo sobre la economía».
«El panorama para la economía de Estados Unidos es favorable, y esta medida está diseñada para respaldar ese panorama», indicó Powell en rueda de prensa, al recordar que se espera un crecimiento superior al 2% anual en 2019 en el país. Las dudas arreciaron cuando se preguntó al todopoderoso banquero central sobre si esta rebaja sería única o habría otras en el futuro próximo. Powell optó por la cautela y evitó comprometerse.
Esta indecisión provocó una «ligera indigestión» en los mercados de riesgos, reconoció Michael Feroli, economista jefe de JP Morgan, aunque ofreció una «cierta flexibilidad» al banco central estadounidense. «Seguimos creyendo que, frente a la reunión de esta semana, la decisión en septiembre depende en todos los datos. Mientras que la de esta semana fue motivada por el crecimiento global y la política comercial, esperamos que la decisión de septiembre dependa en la evolución del crecimiento doméstico», agregó Feroli en una nota a clientes.
Pero antes del encuentro del 17 y 18 de septiembre de la Fed, todo depende de los mensajes que broten del teléfono del presidente estadounidense.
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