“La gastronomía es un tercio de lo que se paga en Santiago. Lo mismo pasa con el transporte”, dice Mario, un chileno que llegó a Buenos Aires por unos pocos días junto a su hijo de 4 años. Sin embargo, aclara que los precios del hospedaje y la indumentaria no resultan tan convenientes y que “los electrónicos en Chile son más baratos, porque ingresan al país casi sin aranceles”, describe el turista, a la salida de una galería de compras sobre la calle Florida.
A pocos metros, Diego (34 años) y su padre Eudes (64) acopian golosinas para llevar de regalo a San Pablo, Brasil. “Esta es la tercera vez que visito Buenos Aires. Estuve en 2010 y 2013 y en esos años estaba un poco más barato”, resume Diego.
Morral a cuestas y en sandalias, el joven explica que el viaje no contempla un tour de compras y que el costo de comer varía mucho según la zona. “Por el centro es mucho más caro, pero ayer estuvimos en Cabildo (Belgrano) y compramos comida al peso por muy poco”, dice.
Los dos casos reflejan el doble impacto de las devaluaciones y la alta inflación. Los analistas coinciden en que el salto del dólar mejoró la ecuación para el turismo extranjero, pero subrayan que los precios en pesos, a pesar de la contracción de la demanda, se acomodan cada vez más rápido, lo que esmerila el poder de compra de los salarios. “En pocas semanas, casi un tercio de la suba del tipo de cambio post-PASO se trasladó a los precios locales”, señala Lorena Giorgio, economista de Econviews (ver más abajo «La reacción de los precios…»).
Así, chilenos, brasileños, uruguayos y argentinos observan la vidriera de manera diferente. Sobre esta realidad dual sobresale un dato crucial.
En setiembre, ingresaron a la Argentina casi 580.000 turistas extranjeros, “una cifra récord para ese mes”, indica una estadística difundida por el Ministerio de Turismo. Brasil (21% del total) y Chile (19%) fueron los principales países emisores.
El turismo extranjero es uno de los grandes beneficiados por la suba del dólar. (Martín Bonetto)
La estadía media fue de 11,3 noches, con un gasto promedio per capita de US$837. Por estos días, la peatonal Florida (uno de los ejes más buscados por los extranjeros) refleja parcialmente la coyuntura económica: turistas y visitantes mirando (más que comprando) vidrieras y decenas de arbolitos tratando de aprovechar la oportunidad, entonados por la reimplantación del cepo cambiario.
Aldo Elías, titular de la Cámara Argentina de Turismo, remarca que el boom turístico no obedece únicamente a la devaluación. “Ayuda, sí, pero hoy tenemos mayor conectividad”, dijo, aludiendo a la mayor cantidad de aeropuertos y aerolíneas. Elías celebra la llegada de extranjeros al país, pero coincide en que no hay compras masivas, porque “los precios no son tan competitivos”.
La reacción de los precios a las sucesivas devaluaciones es diferente según el rubro. Los bienes altamente dependientes de los insumos importados (motos, electrónicos y autos, entre otros) actualizaron sus listas según la demanda. Facundo Lippo, director comercial de Motomel, considera que no pudieron acomodar completamente los precios al nuevo tipo de cambio. “Históricamente, la moto más barata cuesta US$1.000. Hoy está un 25% por debajo”, comentó el ejecutivo al Económico.
Para los argentinos, muchos de los bienes cuentan con el beneficio del programa “Ahora 12”, que contempla planes de entre 3 y 18 cuotas. “No es algo menor, porque aunque haya diferencia de precios con Chile, por ejemplo, el consumidor aprecia la posibilidad de financiar su compra”, expresa Jean del Pino, gerente de Marketing de Samsung.
Sobre este punto, un informe de Linio (el marketplace de Falabella) comparó los precios en dólares del Galaxy S10 “liberado” en varios países y la Argentina es donde cuesta más caro (US$1.100). Detrás aparece los EE.UU. (US$899), Chile (US$780) y Brasil (US$770).
Como en la Argentina, los precios están sujetos a promociones y rebajas puntuales, según las estrategias que aplican los fabricantes y las cadenas comerciales. Por caso, Samsung utiliza la promo de tomar celulares viejos como parte de pago. Algunas telefónicas apelan al mismo mecanismo para atraer o retener clientes.
La comparación de precios en dólares en distintos países puede provocar errores de interpretación. En este sentido, un estudio de la UADE elaborado en setiembre, es decir después de la brusca devaluación de las PASO, reveló que el costo en dólares de un Volkswagen Golf 1.4 en los Estados Unidos y la Argentina es prácticamente igual: un poco por encima de US$20.000. Pero para comprarlo, a un norteamericano le representa en promedio 4,3 sueldos y a un argentino, 31. Antes de las PASO alcanzaba con 26 salarios.
Justamente, el salto del dólar tras las primarias y para contrarrestar el impacto en el poder adquisitivo del salario por la suba de precios, el Gobierno aplicó distintas medidas. Por un lado, eliminó el IVA a los productos de la canasta básica y por otro, relanzó el programa “Ahora 12”, con distintas variantes pero con la lógica de financiar a tasas subsidiadas. “El Ahora 12 es una ventaja sustancial para desalentar las compras en el exterior”, completa el titular de la AFARTE, Federico Hellemeyer.
El rubro indumentaria es uno de los más buscados por los turistas. “Hoy somos un poco más competitivos con los precios, pero no tanto”, explica Ricardo Abal, titular y distribuidor en la Argentina de la marca italiana Giorgio Redaelli. Con tres locales propios (San Telmo, Puerto Madero y microcentro), el empresario señala que las devaluaciones le permitieron mejorar su oferta frente a otros mercados. “Hoy estamos más baratos con respecto a Europa, que es competencia directa nuestra”, dijo.
Abal sostiene que la respuesta de los turistas es dispar. “No es un boom, pero el otro día llegó un colombiano y se compró 10 camisas. Según nos dijo, con respecto a su país, una camisa de esa misma calidad le resultaba mucho más barata”, añadió. Sobre el mercado local, dice que el programa Ahora 12 lo beneficia, pero que ofrece planes de hasta 6 cuotas.
La reacción de los precios, cada vez más rápida
Por Lorena Giorgio
Economista de Econviews
El abaratamiento en dólares de la economía argentina tras una devaluación es cada vez más transitorio. En pocas semanas, casi un tercio de la suba del tipo de cambio post elecciones primarias se trasladó a los precios locales. La Argentina es uno de los países de la región con mayor coeficiente de traspaso de devaluación a precios, y por eso no resulta extraño que el peso se devalúe en torno al 70% en todo el año, pero la ganancia de competitividad sea apenas superior al 15%.
El traspaso de la suba del dólar a precios ocurre por múltiples razones: alta inflación y elevada volatilidad cambiaria, la credibilidad del Banco Central se pone en duda permanentemente y hace tiempo que el dólar viene ganando espacio como unidad de cuenta y reserva de valor. Distinto es el caso de Brasil, por ejemplo, donde el mantenimiento de tasas de interés positivas durante varios años seguidos generó una creciente confianza en el real.
Si tomamos algunos episodios recientes de devaluación en países vecinos, en ninguno produjo un salto inflacionario. El real brasilero se depreció más de un 10% mensual en marzo y en julio de 2015, y en todo el año la devaluación acumulada ascendió a casi un 50%. Sin embargo, la inflación se incrementó apenas 3% en todo el año, lo que implica un traspaso de apenas el 6%.
La cotización del dólar fue uno de los grandes temas de debate entre las PASO y las elecciones generales.
Otro caso similar es el de Chile, que luego de devaluar su moneda un 6% en enero de 2014 y un 16% durante todo ese año, tuvo un traspaso a precios de un punto y medio, es decir menor al 10%. Algo mayor fue el traspaso de Colombia en 2015, que devaluó su moneda un 11% en julio y un 33% en todo el año, pasando a precios un 15% de la suba en el tipo de cambio. En todos los casos, los vecinos de la región lograron grandes saltos de competitividad, con traspasos a precios de entre 5% y 15%. Por el contrario, en nuestro país el impacto de la devaluación en los precios locales fue del 35% a los tres meses del episodio de 2014, del 27% en 2016, y rondará el 30% este año.
Debido a su estructura productiva, la economía argentina tiene muchos de sus precios altamente ligados al dólar. Si bien es cierto que cuanto mayor sea el componente importado de un sector, menor es la ganancia de competitividad que genera una devaluación. La remarcación de precios en nuestro país se ha acelerado en todos los rubros, a pesar de la contracción de la demanda.
Un caso representativo es el la industria automotriz, donde un 70% de la devaluación se suele trasladar a precios. Como respuesta a la suba del dólar de casi un 35% en agosto pasado, las automotrices incrementaron sus precios casi instantáneamente, entre un 15% y 20%. En alimentos y bebidas, un 16% de la devaluación de agosto se trasladó a precios en dos meses y medio, a pesar de la eliminación del IVA para productos de la canasta básica. En otros sectores que están menos atados a la evolución del tipo de cambio, como “recreación y cultura” y “hoteles y restaurantes”, el traspaso ya alcanzó en promedio el 12%.
Desde mayo de 2018 hasta hoy, la economía argentina necesitó de tres saltos devaluatorios por encima del 30% y una suba acumulada del 140% para poder tener una moneda sólo un 30% más competitiva. Nos cuesta muchísimo volvernos “baratos” en dólares.
Un plan integral para lograr la competitividad
Por Federico Furiase
Director de Eco Go
Hoy tenemos un tipo de cambio real competitivo en la “foto”, consistente con una economía que recuperó el superávit comercial, pero por las malas razones.
Esas malas razones tienen que ver, básicamente, con la caída en las importaciones frente a la recesión generada por una “triple Nelson”: desplome del salario real, baja del crédito por la suba de tasas y el ajuste procíclico del gasto público, una vez que el mercado nos bajó el pulgar.
Sin embargo, el problema con la competitividad generada por el salto del tipo de cambio real es la “película” hacia adelante, frente a la inercia inflacionaria, la indexación de la economía y la emisión monetaria que vamos a tener en estos meses para cerrar la brecha fiscal y frente al desarme parcial de las Leliq, en un contexto de caída de la demanda real de dinero y con la implementación del “cepo hard”, que limita la compra de dólares por parte de particulares y empresas.
En ese contexto, sin un programa económico que genere credibilidad a partir de un sendero viable de consistencia fiscal/monetaria, sin un plan de estabilización que permita coordinar expectativas en una economía con inercia e indexación, y sin una solución rápida y amigable de la deuda, la emisión monetaria podría pasar factura en la brecha.
El problema con una brecha creciente es que las expectativas de inflación empezarían a jugar más cerca del dólar implícito en la brecha que del dólar oficial, además de ser una mala señal para las exportaciones.
Ahora bien, el problema es el tipo de cambio desde el punto de vista financiero, si bien el tipo de cambio comercial es competitivo en la “foto”, la falta de credibilidad hace que la demanda de dinero no esté estabilizada, con lo cual las presiones cambiarias podrían continuar si no hay un programa económico consistente en lo fiscal/monetario que permita resolver el tema de la deuda.
Por otro lado, como la deuda pública tiene una alta participación de la deuda denominada en dólares, los ejercicios de sostenibilidad dependen esencialmente de los márgenes de maniobra para estabilizar el tipo de cambio real y del PBI nominal en dólares que proyectemos hacia adelante.
De ahí, el trade off que existe entre tipo de cambio real alto para generar superávit de cuenta corriente externa, por un lado, y el impacto negativo que genera una depreciación del tipo del cambio real en la solvencia del sector público, dado el alto peso de la deuda denominada en moneda extranjera.
Por eso, dado el estado actual de las expectativas, con caída en la demanda real de dinero, inercia inflacionaria e indexación de la economía, y con una relación deuda pública neta sobre PBI que empieza a tener una dinámica inestable si no se alcanza un superávit fiscal primario en torno a 2% en los próximos años, y si no se estabiliza el tipo de cambio real (dado el alto peso de la deuda denominada en dólares), la devaluación para ganar competitividad es un perro que se muerde la cola.
La competitividad tendrá que venir a partir de un plan económico integral que permita estabilizar la macro y bajar gradualmente la inflación y el costo del financiamiento, pero sin perder de vista que, como tendencia, la economía necesita bajar el gasto público con relación al producto para disminuir carga tributaria y dar señales positivas para la inversión y las exportaciones.
Recuperar el salario sin subir los costos laborales
Por Guido Lorenzo
Director de LCG
La Argentina cuenta con uno de los costos laborales unitarios más elevados de la región. Al mismo tiempo, los asalariados no perciben que tengan un ingreso en términos reales superior a los de esos mismos países. Cada uno de los episodios de devaluación puede pensarse como una forma de tratar de corregir ese elevado costo laboral. Cuando sube el tipo de cambio en términos reales se abarata la mano de obra con relación a los productos transables.
Sin embargo, hay una resistencia por parte de los salarios que tratan de evitar ser pulverizados por la suba de los precios que acompañan a cada devaluación. Así, durante la devaluación de diciembre de 2015, el tipo de cambio nominal se movió un 60% mientras que el salario perdió contra los precios apenas un 7,2%. La resistencia del salario real a acomodarse en un nivel más bajo se vio ratificada en la apreciación en términos reales del dólar, que prosiguió en los años posteriores.
Como consecuencia de esa excesiva apreciación, entre abril y septiembre de 2018 el dólar se encarece un 96% y gracias a ello el salario real cae 8% en los meses siguientes. Esta relación entre el tipo de cambio y el poder adquisitivo de los salarios no es trivial. Sucede que buena parte del costo laboral no lo recibe el empleado sino que va directamente a financiar al fisco. Lo que muestra uno de los problemas de fondo de nuestra economía: la escasa productividad del sector público.
Al mismo tiempo, no se puede culpar a los trabajadores de intentar recomponer sus salarios cada vez que existe una depreciación de la moneda en la que perciben sus ingresos. No porque al trabajador le importe ganar mucho o poco en dólares, sino debido a que la devaluación se traspasa fuertemente a los precios.
De todos modos, la resistencia del salario real tiene límites. La última devaluación de septiembre de este año, en torno al 31%, hizo reducir el salario real en 10%. En la gestión actual, la última depreciación, la más baja de los tres saltos devaluatorios, es la que logró reducir en mayor cuantía el poder de compra de los trabajadores.
Este hecho se puede atribuir a que justamente en este último episodio, el poder de negociación de sindicatos y trabajadores en general se ha visto reducido por el escaso dinamismo de la actividad económica. Es justamente este factor el clave a observar de cara a una posible recuperación del salario real. El mismo se encuentra en estrecha relación con la actividad.
La puja distributiva aparece en cada episodio donde el peso se deprecia y ello genera inercia inflacionaria. Habrá que indagar en la diferencia entre el costo laboral y la remuneración del trabajador. Es allí donde radica uno de los grandes problemas de la economía argentina: la necesidad de financiar un gran tamaño del sector público.
La economía del 2020 posiblemente muestre un número negativo para todo el año. Sin embargo, uno podría esperanzarse con que la economía está encontrando un piso y a partir del segundo trimestre hay chances que una reactivación. El desafío es lograr una recuperación del salario real sin que ello redunde en mayores costos laborales en dólares, que requieran sucesivas devaluaciones.
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