
La abstinencia al
dólar produce efectos como los que escuchamos decir al Sr. Presidente Alberto
Fernandez “Hay que terminar con cierta cultura argentina de que hay un derecho
humano a comprar dólares”.
Todos sabemos de
la adicción crónica que tiene nuestro país a la carencia del “billete verde” pero
sobre todo sabemos que la causa del problema es el $ (peso) y el peso de la
inflación en nuestra economía.
En particular
quiero profundizar una mirada sobre el impuesto al dólar. La medida tiene un efecto
más complejo que el que podemos ver a simple vista como limitar las compras de
divisas, desalentar el ahorro en moneda extranjera o recaudar pesos por las
compras en el exterior.
Es en perspectiva,
un golpe a los jóvenes, a esos millennials y centennials que perciben el avance
de una política con sentido opuesto a la inercia de una cultura global. Una dinámica
globalizada, en una sociedad de la información, donde los pibes del siglo XXI; académicos,
emprendedores, trotamundos, turistas y consumidores globales, deberán adaptarse
a estas nuevas reglas de juego que propone el nuevo gobierno.
Ni la “aldea
global” del sociólogo Manuel Castells contemplo los obstáculos argentinos, ni
mucho menos Zygmunt Bauman imagino a la modernidad liquida endurecerse frente el
retroceso de medidas tendientes a un estado sólido.
El impuesto al
dólar es más que otro impuesto, son las futuras dificultades para implementar políticas
de movilidad académica, son un freno a los estímulos de los estudiantes con
proyección internacional e investigación. Es un golpe al emprendedorismo y los
desarrolladores de empresas tecnológicas. Ambos se ven afectados tanto por el
encarecimiento de los insumos importados como por las limitaciones a viajar y
enriquecer las experiencias colaborativas. Pero sobre todo, los cambios en las
reglas de juego espantan las posibles inversiones, factor indispensable y capaz
de potenciar y expandir los actuales proyectos de estartaperos y desarrolladores
de conocimiento. Es en definitiva un cachetazo a la autoestima innovadora y al
entusiasmo emprendedor.
Los consumidores
de productos o servicios que satisfacen la hiperconectividad ahora tendrán un
costo mayor y por ende, un menor acceso masivo.
Estamos hablando de las nuevas commodities posmodernas, los datos, las apps, plataformas de streaming, Airbnb, Nextfli, Spotify, etc.,
todas afectadas por el impuesto.
Los trortamundos habituados
al desarraigo, al trabajar para viajar, al vivir viajando… ¿cómo se las arreglaran para seguir con esta
elección de vida? Puede que suene injusto el planteo cuando hay jóvenes y niños
en situación de pobreza e indigencia. Lo cierto es que las dos realidades
conviven en un país donde es muy difícil tener igualdad de condiciones para
poder elegir libremente un proyecto de vida. Donde sabemos que el acceso a la
información y la educación es el único puente para achicar la brecha y favorecer
a la inclusión de los jóvenes. Con diferentes matices pero con un claro sentido
contemporáneo los jóvenes se auto perciben actores globales y deciden proyectar
en una sociedad del conocimiento. Esta visión no reconoce a votantes de CFK o
de Cambiemos, no es una moda ni mucho menos un derecho humano ninguneado.
El impuesto en sí representa un obstáculo para el desarrollo de esta visión de jóvenes globales, pero la decisión política detrás de esta medida no tiene nada de asombro, mucho menos la capacidad de buscar excusas ajenas, lejanas, de disfrazar un momento fundacional que justifique popularmente medidas impopulares. Una cintura política a ritmo de los versos y contorsiones discursivas de un tango solidario.
por: Juan Ignacio Dominguez
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