Después del agosto negro desatado tras las elecciones primarias, los activos argentinos se recuperan, a modo de “rebote del gato muerto”, facilitado por la nueva estabilidad del tipo de cambio. El salto del dólar post-PASO volvió a acelerar la inflación y a profundizar la recesión, en un contexto donde la moneda estadounidense parecía no tener techo. El Central debió elevar por encima del 80% la tasa de política monetaria (ahora debajo del 70%) y salir a vender dólares para evitar una corrida mayor. Además después del shock electoral y de medidas desacertadas del gobierno, se inició una fuerte salida los depósitos en dólares de los bancos, que sumó presión sobre las reservas internacionales. Esto, sumado a la agudización de la compra de dólares para atesoramiento, que en agosto marcó un récord para la fuga de capitales, llevó al gobierno nacional a tomar medidas que no estaban dentro de su marco ideológico pero que se volvieron inevitables, aunque no suficientes para contener la sangría de dólares y la presión sobre el tipo de cambio. El ejecutivo a las pocas semanas ya había implementado un todavía laxo control de cambios y dio el primer paso para un reperfilamiento de la deuda pública, que en la jerga financiera se conoce tradicionalmente como cesación de pagos o default.
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